Los tres jinetes se detuvieron ante el cartel que anunciaba el nombre de la ciudad. La ciudad, que en realidad era un villorrio, tenía un nombre de viejas resonancias mexicanas. Se llamaba Masita. Los tres hombres venían cubiertos de polvo, serial de que acababan de realizar un largo viaje. Uno de ellos miró su reloj. Era un magnífico reloj de oro. —La hora convenida y el lugar convenido —dijo—. Vamos allá. Volvieron a picar espuelas, pero ahora con suavidad. Los caballos entraron en Masita al trote corto.
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Los tres jinetes se detuvieron ante el cartel que anunciaba el nombre de la ciudad. La ciudad, que en realidad era un villorrio, tenía un nombre de viejas resonancias mexicanas. Se llamaba Masita. Los tres hombres venían cubiertos de polvo, serial de que acababan de realizar un largo viaje. Uno de ellos miró su reloj. Era un magnífico reloj de oro. —La hora convenida y el lugar convenido —dijo—. Vamos allá. Volvieron a picar espuelas, pero ahora con suavidad. Los caballos entraron en Masita al trote corto.