El general acarició sus bigotes, que llevaba muy altos y enhiestos, estilo prusiano, y dijo lentamente: —Su padre era un gran hombre, señor Latimer. Uno de los mejores militares con que contaba nuestro ejército. Su interlocutor asintió en silencio, moviendo la cabeza de arriba abajo. Era un joven de aspecto más bien tímido y no muy desarrollado. No parecía el hijo de un militar, sino más bien el hijo de un profesor. Llevaba ropas demasiado anchas y que no le sentaban bien. Sus cabellos rubios y muy abundantes estaban peinados hacia atrás. Usaba gafas y tenía la piel muy fina. Daba la sensación de ser una flor de invernadero, de haberse pasado toda la vida en un salón tocando el violín o el arpa. Además, era muy tímido, y apenas había despegado los labios.
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El general acarició sus bigotes, que llevaba muy altos y enhiestos, estilo prusiano, y dijo lentamente: —Su padre era un gran hombre, señor Latimer. Uno de los mejores militares con que contaba nuestro ejército. Su interlocutor asintió en silencio, moviendo la cabeza de arriba abajo. Era un joven de aspecto más bien tímido y no muy desarrollado. No parecía el hijo de un militar, sino más bien el hijo de un profesor. Llevaba ropas demasiado anchas y que no le sentaban bien. Sus cabellos rubios y muy abundantes estaban peinados hacia atrás. Usaba gafas y tenía la piel muy fina. Daba la sensación de ser una flor de invernadero, de haberse pasado toda la vida en un salón tocando el violín o el arpa. Además, era muy tímido, y apenas había despegado los labios.