El carro avanzó sigilosamente por el cañón, acercándose al poblado. Aunque la luna empezaba ya a elevarse sobre las montañas del horizonte, no se distinguían los objetos a diez yardas le distancia. Eso favorecía al conductor, que se introdujo por una calle del arrabal llevando al paso su caballo. Golden Hill hervía de animación a aquella hora, pero sólo en sus dos calles principales. El resto estaba silencioso como una ciudad olvidada.
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El carro avanzó sigilosamente por el cañón, acercándose al poblado. Aunque la luna empezaba ya a elevarse sobre las montañas del horizonte, no se distinguían los objetos a diez yardas le distancia. Eso favorecía al conductor, que se introdujo por una calle del arrabal llevando al paso su caballo. Golden Hill hervía de animación a aquella hora, pero sólo en sus dos calles principales. El resto estaba silencioso como una ciudad olvidada.