Los cuatro jinetes cabalgaron sin novedad durante dos días más. No podía decirse que tuvieran demasiada suerte. No encontraban el menor rastro de Jeff Sanders. Preguntaban por todas partes y se repartían el trabajo de las investigaciones, pero nadie había visto al fugitivo. Era como si se lo hubiese tragado la tierra. Eso resultaba muy extraño, porque en las llanuras de Texas no podía ocultarse un hombre. Lo que era fácil en los farallones de Arizona, resultaba muy difícil en aquella tierra lisa como la palma de la mano, y donde los ranchos abundaban. Por fuerza el fugitivo tenía que haber pasado cerca de alguno de ellos o haberse cruzado con los conductores de manadas que llevaban sus reses a los apartaderos del ferrocarril. También era lógico que hubiese tenido que comprar comida. Pero nadie le había visto. Nada. Ni un rastro.
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Los cuatro jinetes cabalgaron sin novedad durante dos días más. No podía decirse que tuvieran demasiada suerte. No encontraban el menor rastro de Jeff Sanders. Preguntaban por todas partes y se repartían el trabajo de las investigaciones, pero nadie había visto al fugitivo. Era como si se lo hubiese tragado la tierra. Eso resultaba muy extraño, porque en las llanuras de Texas no podía ocultarse un hombre. Lo que era fácil en los farallones de Arizona, resultaba muy difícil en aquella tierra lisa como la palma de la mano, y donde los ranchos abundaban. Por fuerza el fugitivo tenía que haber pasado cerca de alguno de ellos o haberse cruzado con los conductores de manadas que llevaban sus reses a los apartaderos del ferrocarril. También era lógico que hubiese tenido que comprar comida. Pero nadie le había visto. Nada. Ni un rastro.