El juez atizó a la mesa un martillazo que por poco la tumba y gritó: —¡Se abre la vista! ¡Léase el acta de acusación! ¡Póngase en pie el acusado! ¡Tráiganme las piezas de convicción! ¡Sírvanme un whisky! ¡Guarde silencio el público! ¡Despejen la sala! ¡Cúmplase la sentencia! ¡Que comparezcan los testigos! ¡Préstenme cien dólares! ¡He dicho! Como de costumbre, el juez Wilbur estaba borracho, pero eso le duraba los primeros cinco minutos del juicio.
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El juez atizó a la mesa un martillazo que por poco la tumba y gritó: —¡Se abre la vista! ¡Léase el acta de acusación! ¡Póngase en pie el acusado! ¡Tráiganme las piezas de convicción! ¡Sírvanme un whisky! ¡Guarde silencio el público! ¡Despejen la sala! ¡Cúmplase la sentencia! ¡Que comparezcan los testigos! ¡Préstenme cien dólares! ¡He dicho! Como de costumbre, el juez Wilbur estaba borracho, pero eso le duraba los primeros cinco minutos del juicio.