Sí, estaban a doce pasos. A la distancia ideal para matar o morir, a esa distancia en que todo depende de la rapidez de las muñecas, porque las balas no se fallan. Ninguno de los dos hombres tenía el sol de espaldas. Se veían perfectamente. Sus ojos acerados parecían chocar en el aire un segundo antes de que sonara la seca orden: —¡Ahora! Los dos se ladearon un poco, sólo un poco para ayudar a que el revólver saliera de la funda. Los cañones brillaron entre sus dedos casi a la vez. Los espectadores del duelo pensaron que ambos se matarían al mismo tiempo. Pero entre una bala y otra hubo una diferencia mínima, una diferencia imposible de captar por los sentidos humanos y que en este caso separó la vida de la muerte. El hombre que estaba al lado del hotel cayó con la frente atravesada. Y al otro se le cubrió instantáneamente la cara de sangre, mientras sus rodillas vacilaban.
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Sí, estaban a doce pasos. A la distancia ideal para matar o morir, a esa distancia en que todo depende de la rapidez de las muñecas, porque las balas no se fallan. Ninguno de los dos hombres tenía el sol de espaldas. Se veían perfectamente. Sus ojos acerados parecían chocar en el aire un segundo antes de que sonara la seca orden: —¡Ahora! Los dos se ladearon un poco, sólo un poco para ayudar a que el revólver saliera de la funda. Los cañones brillaron entre sus dedos casi a la vez. Los espectadores del duelo pensaron que ambos se matarían al mismo tiempo. Pero entre una bala y otra hubo una diferencia mínima, una diferencia imposible de captar por los sentidos humanos y que en este caso separó la vida de la muerte. El hombre que estaba al lado del hotel cayó con la frente atravesada. Y al otro se le cubrió instantáneamente la cara de sangre, mientras sus rodillas vacilaban.