El sheriff Laxon tocó suavemente la culata de su revólver con las yemas de los dedos y dijo: —Vamos. Hay cacería. Los tres agentes se movieron perezosamente, arrastrando las espuelas. Los tres eran tejanos y llevaban las culatas llenas de muescas. Uno de ellos, Landford, solía estrangular a sus enemigos con sus propias manos cuando estaba muy excitado. Cuando se dirigían a la oficina con paso cansino, miraron maquinalmente las sillas de sus caballos para convencerse de que allí estaban las cuerdas que empleaban para ahorcar. Iban a necesitarlas.
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El sheriff Laxon tocó suavemente la culata de su revólver con las yemas de los dedos y dijo: —Vamos. Hay cacería. Los tres agentes se movieron perezosamente, arrastrando las espuelas. Los tres eran tejanos y llevaban las culatas llenas de muescas. Uno de ellos, Landford, solía estrangular a sus enemigos con sus propias manos cuando estaba muy excitado. Cuando se dirigían a la oficina con paso cansino, miraron maquinalmente las sillas de sus caballos para convencerse de que allí estaban las cuerdas que empleaban para ahorcar. Iban a necesitarlas.