La mayoría de los hombres llevaban anchos sombreros mexicanos de paja trenzada. Se despojaron de ellos y empezaron a hacerlos rodar entre sus manos, en actitud. El sheriff y unos cuantos hombres más, que usaban sombreros de Texas hechos con buen fieltro, se descubrieron asimismo y hundieron sus cabezas entre los hombros, como abrumados por la tapa del ataúd, que nadie parecía atreverse a levantar. Cuatro cirios iluminaban la tétrica escena. Fuera, más allá de la ventana, lucía el sol, y bajo los aleros de las casas de adobe cantaban algunos pájaros. Eran las tres de la tarde.
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La mayoría de los hombres llevaban anchos sombreros mexicanos de paja trenzada. Se despojaron de ellos y empezaron a hacerlos rodar entre sus manos, en actitud. El sheriff y unos cuantos hombres más, que usaban sombreros de Texas hechos con buen fieltro, se descubrieron asimismo y hundieron sus cabezas entre los hombros, como abrumados por la tapa del ataúd, que nadie parecía atreverse a levantar. Cuatro cirios iluminaban la tétrica escena. Fuera, más allá de la ventana, lucía el sol, y bajo los aleros de las casas de adobe cantaban algunos pájaros. Eran las tres de la tarde.