Ted Murray dijo suavemente: —Tienes una oportunidad. Una sola oportunidad, muchacho, porque no volveré a hablarte así. De ahora en adelante hablará tan sólo mi gatillo. Di que estabas borracho cuando soltaste aquel insulto. Vamos, dilo. No creas que a todo el mundo le hablo de ese modo. No tienes más que decir: «Lo siento, Ted, estaba borracho…». El hombre que estaba frente a Ted no despegó los labios. Era mayor que él, pues si Ted tenía veintiún años el otro tenía ya más de treinta. Pero por eso mismo, por su experiencia, era doblemente peligroso.
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Ted Murray dijo suavemente: —Tienes una oportunidad. Una sola oportunidad, muchacho, porque no volveré a hablarte así. De ahora en adelante hablará tan sólo mi gatillo. Di que estabas borracho cuando soltaste aquel insulto. Vamos, dilo. No creas que a todo el mundo le hablo de ese modo. No tienes más que decir: «Lo siento, Ted, estaba borracho…». El hombre que estaba frente a Ted no despegó los labios. Era mayor que él, pues si Ted tenía veintiún años el otro tenía ya más de treinta. Pero por eso mismo, por su experiencia, era doblemente peligroso.