—¡Tira, Coney, tira! ¡Mátalo de una vez! Los pistoleros estaban nerviosos, sintiendo en sus gargantas el paso angustioso de los minutos. Se les habían secado las bocas y los pies les resultaban pesados como losas de plomo. El sudor resbalaba por sus cuellos mientras la luz de la puerta les parecía irreal, difusa… —¡Tira! Coney apretó el gatillo. El hombre ya bastante viejo que había tratado de sujetarlo, cayó con el pecho atravesado. Pero no estaba muerto. Con voz opaca, gimió: —¡Por favor…! Coney volvió a disparar. Esta vez le atravesó la frente.
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—¡Tira, Coney, tira! ¡Mátalo de una vez! Los pistoleros estaban nerviosos, sintiendo en sus gargantas el paso angustioso de los minutos. Se les habían secado las bocas y los pies les resultaban pesados como losas de plomo. El sudor resbalaba por sus cuellos mientras la luz de la puerta les parecía irreal, difusa… —¡Tira! Coney apretó el gatillo. El hombre ya bastante viejo que había tratado de sujetarlo, cayó con el pecho atravesado. Pero no estaba muerto. Con voz opaca, gimió: —¡Por favor…! Coney volvió a disparar. Esta vez le atravesó la frente.