El hombre entró poco a poco en la ciudad, dejó el caballo ante el saloon y se apeó para amarrarlo. Había bastante polvo en la calle, un polvo dorado que reflejaba los últimos rayos del sol. Un gran cartel en el centro de la calle indicaba: «Hotel de Tulsa en construcción». Otro más arriba prometía: «Pronto aquí grandes almacenes Seegers». No cabía duda de que Tulsa estaba creciendo. Estaba creciendo incluso de forma desmesurada. El hombre se puso un delgado cigarro entre los labios. Tendría unos veinticinco años. Era alto, duro, correoso, de esos hombres que siempre han vivido en la pradera y que siempre parecen dispuestos a morir en ella. Empujó los batientes con el pecho. El saloon era grande. Dentro sonaba una guitarra.
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El hombre entró poco a poco en la ciudad, dejó el caballo ante el saloon y se apeó para amarrarlo. Había bastante polvo en la calle, un polvo dorado que reflejaba los últimos rayos del sol. Un gran cartel en el centro de la calle indicaba: «Hotel de Tulsa en construcción». Otro más arriba prometía: «Pronto aquí grandes almacenes Seegers». No cabía duda de que Tulsa estaba creciendo. Estaba creciendo incluso de forma desmesurada. El hombre se puso un delgado cigarro entre los labios. Tendría unos veinticinco años. Era alto, duro, correoso, de esos hombres que siempre han vivido en la pradera y que siempre parecen dispuestos a morir en ella. Empujó los batientes con el pecho. El saloon era grande. Dentro sonaba una guitarra.