La habitación hubiera sido calurosa normalmente, a pesar de tener las ventanas abiertas, pero ahora un viento fresco penetraba en ella. El día estaba encapotado y gris y, por tanto, el sol no podía desplomarse sobre las casas con su acostumbrada fuerza. El aire que llegaba era del sur, es decir de las nevadas faldas del Kilimandjaro. Pese a esto, en la habitación, las aspas del ventilador giraban perezosamente, dando una sensación de calma tropical, de bochorno eterno. Nick empujó la puerta sin llamar. Muchos años en África le habían hecho prescindir de bastantes costumbres occidentales. Por eso tampoco hizo ningún gesto de extrañeza o de reserva al ver a una, mujer negra en la cama. La negra era muy joven y estaba dormida. La habitación del hotel resultaba, sin duda, demasiado lujosa para sus costumbres; era probable que nunca hubiese descansado en un sitio así.