¿Se las han tapado? Bueno, pues ahí va eso: me llamo John Marciano Kenton, pero todos me llaman Hiena. Debe ser por abreviar. Figuro en la plantilla de la policía metropolitana de Nueva York con el grado de teniente y mando sobre unos sesenta hombres, entre agentes, secretarios, chivatos, tiradores especiales, lameculos, archiveros y especialistas en interrogatorios. Sesenta hombres son bastantes, pero ni uno de ellos me saluda cuando entro en la oficina, cuando nos cruzamos en un restaurante o cuando nuestras manos se encuentran, porque resulta que los dos vamos a pellizcar a la misma chica. Soy el perro sarnoso más purulento de todas las brigadas que tiene la metropolitana, desperdigadas por los estercoleros de la ciudad. Cuando voy a cobrar, el cajero me da el sobre con guantes. Cuando entro en el despacho de algún jefe, éste pide a gritos que le dé una careta antigás. Cuando entro en la cantina del precinto, me echan el whisky con manguera para que así no me acerque.
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¿Se las han tapado? Bueno, pues ahí va eso: me llamo John Marciano Kenton, pero todos me llaman Hiena. Debe ser por abreviar. Figuro en la plantilla de la policía metropolitana de Nueva York con el grado de teniente y mando sobre unos sesenta hombres, entre agentes, secretarios, chivatos, tiradores especiales, lameculos, archiveros y especialistas en interrogatorios. Sesenta hombres son bastantes, pero ni uno de ellos me saluda cuando entro en la oficina, cuando nos cruzamos en un restaurante o cuando nuestras manos se encuentran, porque resulta que los dos vamos a pellizcar a la misma chica. Soy el perro sarnoso más purulento de todas las brigadas que tiene la metropolitana, desperdigadas por los estercoleros de la ciudad. Cuando voy a cobrar, el cajero me da el sobre con guantes. Cuando entro en el despacho de algún jefe, éste pide a gritos que le dé una careta antigás. Cuando entro en la cantina del precinto, me echan el whisky con manguera para que así no me acerque.