—Muchacho —dijo el viejo Zacarías, mientras derramaba en el vaso los restos de su botella de whisky— nunca lograremos nada aquí. Llevamos cinco años buscando oro en esta maldita tierra. ¿Y qué? Yo te lo diré: ¡Nada! ¡Cinco años perdidos miserablemente! Y todos los que nos acompañaron en esta maldita aventura están igual. Dime de alguien que haya encontrado ni una pepita. ¡Nos engañaron, muchacho! ¡Y todos han sido unos zopencos como nosotros! ¡Mira! Señaló a través de la ventana de la cabaña que los dos habitaban en las estribaciones de los montes Soda, casi encima de Silver Lake. Todas aquellas laderas del noroeste de California estaban tapizadas de casas como la suya, construidas con troncos y a toda prisa, cinco años atrás. Muchas ya iban siendo abandonadas. Otras aún conservaban animación y despedían humo por sus chimeneas. ¿Pero por cuánto tiempo? El viejo Zacarías continuó: —¡Tenemos que largarnos! ¡En esta parte de California no hay oro! ¿Sabes qué voy a hacer? ¡Quemar esta maldita casa!
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—Muchacho —dijo el viejo Zacarías, mientras derramaba en el vaso los restos de su botella de whisky— nunca lograremos nada aquí. Llevamos cinco años buscando oro en esta maldita tierra. ¿Y qué? Yo te lo diré: ¡Nada! ¡Cinco años perdidos miserablemente! Y todos los que nos acompañaron en esta maldita aventura están igual. Dime de alguien que haya encontrado ni una pepita. ¡Nos engañaron, muchacho! ¡Y todos han sido unos zopencos como nosotros! ¡Mira! Señaló a través de la ventana de la cabaña que los dos habitaban en las estribaciones de los montes Soda, casi encima de Silver Lake. Todas aquellas laderas del noroeste de California estaban tapizadas de casas como la suya, construidas con troncos y a toda prisa, cinco años atrás. Muchas ya iban siendo abandonadas. Otras aún conservaban animación y despedían humo por sus chimeneas. ¿Pero por cuánto tiempo? El viejo Zacarías continuó: —¡Tenemos que largarnos! ¡En esta parte de California no hay oro! ¿Sabes qué voy a hacer? ¡Quemar esta maldita casa!