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—¡Vayan saliendo poco a poco y con los brazos en alto! ¡Si alguien hace un solo movimiento sospechoso lo llenaremos de plomo! La orden había sido dada con voz ronca, y todos los viajeros de la diligencia supieron que la amenaza iba a ser cumplida. Empezaron a descender, cuidando de llevar bien visibles las manos por encima de las cabezas. Los tres hombres que habían asaltado la diligencia, matando al mayoral, vigilaban con los revólveres a punto. Claro que, en cierto modo, las precauciones eran inútiles, porque ninguna ayuda podían recibir los viajeros de la diligencia en aquel rincón apartado de Texas. —¡Vamos! ¡Más aprisa! ¡Y cuidado con mover las manos una sola pulgada!