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El hombre sonrió. Era un buen sitio para pasar aquella tarde. ¡Qué diablos! En todo Amarillo no había un sitio mejor. El hombre subió al porche. Vio al tipo vestido de negro que parecía aguardar allí. Era un hombre alto y cuyo único detalle de color residía en el chaleco, que era casi rojo. Tenía los pulgares metidos en los bolsillos inferiores de aquel chaleco y conservaba las manos cerca de las culatas de sus dos Colt. Pero no hizo ningún ademán ofensivo, sino todo lo contrario. Saludó al recién venido con una sonrisa. —Hola, Gary —dijo. —Hola, Rock. Tú vigilando como siempre, ¿eh?