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El hombre temblaba como un azogado, gemía y sollozaba. —¡El era mi mejor amigo! —se lamentaba Manny Grant—. No sé cómo ha podido ocurrir esta desgracia… El policía de tráfico tomaba notas en su libreta, con gesto impasible las luces destelleantes del coche rasgaban la oscuridad de la noche con rápidas puñaladas rojas y blancas. Manny Grant tuvo que apoyarse en el coche policial, para no caer al suelo. El otro agente de tráfico cubrió con una lona el cuerpo ensangrentado que yacía en medio de la calzada. Caía una fina llovizna, que abrillantaba y pulía el negro asfalto de la autopista. Mientras Jimmie Doren tomaba notas, tras haber llamado a los servicios médicos, su compañero Donald Lansher, con una lámpara portátil en la mano, hacía señales a los demás vehículos para que siguieran circulando y se desviasen a marcha moderada.