Bermory tenía razón sobrada para excitarse. A los cincuenta años, y con el vigor físico de un toro, estaba amarrado de por vida a un sillón de ruedas. Dos años antes, había sufrido un terrible accidente de automóvil. El coche había volcado y sus piernas quedaron aprisionadas entre la chatarra. Cómo no murió desangrado, es algo que nadie supo explicarse jamás, pues pasaron horas hasta que pudo ser socorrido.
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Bermory tenía razón sobrada para excitarse. A los cincuenta años, y con el vigor físico de un toro, estaba amarrado de por vida a un sillón de ruedas. Dos años antes, había sufrido un terrible accidente de automóvil. El coche había volcado y sus piernas quedaron aprisionadas entre la chatarra. Cómo no murió desangrado, es algo que nadie supo explicarse jamás, pues pasaron horas hasta que pudo ser socorrido.