El hombre estaba sentado ante una mesa, en aquella hedionda taberna, con una jarra de cerveza ante sí. La mesa se hallaba muy cerca de la entrada. Cerca del borde más alejado de la mesa había un platillo de metal con algunas monedas. De cuando en cuando, alguno de los clientes que entraban en «El Sol Rojo», que tal era el nombre de la taberna, se apiadaba del sujeto y depositaba en el platillo un disco de cinco o diez milésimas de talento. Apoyado en el borde de la mesa había un bastón blanco. Los ropajes del individuo denotaban su extrema pobreza. Le vi desde el umbral, cuando buscaba a tientas su jarra de cerveza. Torpemente, se la llevó a los labios y bebió un largo trago. Sí, aquél era Pedro Harkass, el hombre a quien yo buscaba desde hacía bastante tiempo. Los informes de mis confidentes eran exactos.
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El hombre estaba sentado ante una mesa, en aquella hedionda taberna, con una jarra de cerveza ante sí. La mesa se hallaba muy cerca de la entrada. Cerca del borde más alejado de la mesa había un platillo de metal con algunas monedas. De cuando en cuando, alguno de los clientes que entraban en «El Sol Rojo», que tal era el nombre de la taberna, se apiadaba del sujeto y depositaba en el platillo un disco de cinco o diez milésimas de talento. Apoyado en el borde de la mesa había un bastón blanco. Los ropajes del individuo denotaban su extrema pobreza. Le vi desde el umbral, cuando buscaba a tientas su jarra de cerveza. Torpemente, se la llevó a los labios y bebió un largo trago. Sí, aquél era Pedro Harkass, el hombre a quien yo buscaba desde hacía bastante tiempo. Los informes de mis confidentes eran exactos.