Los siete hombres avanzaban bajo un cielo de cobre, siguiendo una senda áspera y llena de piedras, que serpenteaba a través de descarnadas colinas que parecían formar parte de un paisaje lunar. Destrozados, llenos de polvo hasta los ojos, aquellos siete hombres seguían caminando hora tras hora, maldiciendo el polvo, la tierra ardiente, el calor y la maldita arena. Caminaban silenciosamente, soportando el sol; con las camisas rígidas por el sudor y el polvo, con las espaldas encorvadas bajo el peso de los voluminosos macutos de lona.
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Los siete hombres avanzaban bajo un cielo de cobre, siguiendo una senda áspera y llena de piedras, que serpenteaba a través de descarnadas colinas que parecían formar parte de un paisaje lunar. Destrozados, llenos de polvo hasta los ojos, aquellos siete hombres seguían caminando hora tras hora, maldiciendo el polvo, la tierra ardiente, el calor y la maldita arena. Caminaban silenciosamente, soportando el sol; con las camisas rígidas por el sudor y el polvo, con las espaldas encorvadas bajo el peso de los voluminosos macutos de lona.