Boyd Alien centró al jinete que galopaba desenfrenadamente en el punto de mira de su rifle y oprimió el gatillo. Pareció que una mano gigantesca arrancaba de la silla al que huía y lo aplastaba contra el suelo. Muy cerca oyó un grito de furia, el batir de los cascos de un caballo que se le echaba encima y el relincho de éste al sentir el tirón de las riendas. —¡Es usted un salvaje, Boyd Alien! Se volvió, con el rifle terciado. El interpelado mostró una doble hilera de blanquísimos dientes, duros como el acero, al reconocer a la muchacha. Era Stella Edson, la hija del patrón.
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Boyd Alien centró al jinete que galopaba desenfrenadamente en el punto de mira de su rifle y oprimió el gatillo. Pareció que una mano gigantesca arrancaba de la silla al que huía y lo aplastaba contra el suelo. Muy cerca oyó un grito de furia, el batir de los cascos de un caballo que se le echaba encima y el relincho de éste al sentir el tirón de las riendas. —¡Es usted un salvaje, Boyd Alien! Se volvió, con el rifle terciado. El interpelado mostró una doble hilera de blanquísimos dientes, duros como el acero, al reconocer a la muchacha. Era Stella Edson, la hija del patrón.