El guarda armado que vigilaba la puerta del Estudio número cinco sacudió la cabeza. —Lo siento, amigo, no se permite el acceso. Bruce Davidson sacó del bolsillo un sobre y de él una tarjeta sellada. —¿Vale este permiso? El guarda miró la cartulina y luego el rostro del joven. —Hacía meses que no veía uno así: debe tratarse de algo muy importante. Desde luego, puede pasar. El mismo le franqueó la entrada y Bruce, antes de atravesar el umbral, oyó todavía: —No haga ruido y camine por las señales luminosas.
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El guarda armado que vigilaba la puerta del Estudio número cinco sacudió la cabeza. —Lo siento, amigo, no se permite el acceso. Bruce Davidson sacó del bolsillo un sobre y de él una tarjeta sellada. —¿Vale este permiso? El guarda miró la cartulina y luego el rostro del joven. —Hacía meses que no veía uno así: debe tratarse de algo muy importante. Desde luego, puede pasar. El mismo le franqueó la entrada y Bruce, antes de atravesar el umbral, oyó todavía: —No haga ruido y camine por las señales luminosas.