—Una historia como ésta puede interesar a nuestro periódico, Mac —dijo Trumbull, empequeñecido bajo los gruesos aros de sus gafas—, siempre que sea verdadera y podamos apoyarla con pruebas. No me gustan los libelos: no son rentables. Mac Davis miró con aprensión el grueso sobre que Trumbull, su director, había tirado ante él, encima del escritorio. En los dos años que llevaba en el periódico 7 todavía no había podido acostumbrarse a la clase de pasto que este servía a los lectores. La tirada del «New York Free Press» se había triplicado últimamente, y el director de circulación auguraba nuevos aumentos. El secreto del éxito era la peculiar interpretación que Trumbull había dado el apelativo de «Prensa libre» del título. Cualquier cosa escandalosa cabía en sus páginas… siempre que no fuera un libelo. Trumbull era, en eso, inflexible. —¿Dónde empieza mi trabajo, John? —preguntó el muchacho, sin decidirse a tocar el grueso envoltorio, como si temiera contagiarse con alguna enfermedad virulenta. —Lea esa historia y compruebe lo que dice… hasta donde sea posible. —¿Quién la ha escrito? —Una mujer.
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—Una historia como ésta puede interesar a nuestro periódico, Mac —dijo Trumbull, empequeñecido bajo los gruesos aros de sus gafas—, siempre que sea verdadera y podamos apoyarla con pruebas. No me gustan los libelos: no son rentables. Mac Davis miró con aprensión el grueso sobre que Trumbull, su director, había tirado ante él, encima del escritorio. En los dos años que llevaba en el periódico 7 todavía no había podido acostumbrarse a la clase de pasto que este servía a los lectores. La tirada del «New York Free Press» se había triplicado últimamente, y el director de circulación auguraba nuevos aumentos. El secreto del éxito era la peculiar interpretación que Trumbull había dado el apelativo de «Prensa libre» del título. Cualquier cosa escandalosa cabía en sus páginas… siempre que no fuera un libelo. Trumbull era, en eso, inflexible. —¿Dónde empieza mi trabajo, John? —preguntó el muchacho, sin decidirse a tocar el grueso envoltorio, como si temiera contagiarse con alguna enfermedad virulenta. —Lea esa historia y compruebe lo que dice… hasta donde sea posible. —¿Quién la ha escrito? —Una mujer.