PARADO en la acera, Ted no sabía qué hacer ante lo que estaba viendo. Varios muchachuelos, a prudente distancia, rodeaban al hombre blanco y al muchacho negro, intérpretes de aquella brutal escena. Los muchachos eran negros, como también lo era el que estaba sufriendo, gritando de dolor, los bestiales golpes que le propinaba el hombre blanco, alto, fornido, de rostro enérgico, casi brutal. Y el caso es que el hombre golpeaba con el cañón de una pistola que empuñaba.
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PARADO en la acera, Ted no sabía qué hacer ante lo que estaba viendo. Varios muchachuelos, a prudente distancia, rodeaban al hombre blanco y al muchacho negro, intérpretes de aquella brutal escena. Los muchachos eran negros, como también lo era el que estaba sufriendo, gritando de dolor, los bestiales golpes que le propinaba el hombre blanco, alto, fornido, de rostro enérgico, casi brutal. Y el caso es que el hombre golpeaba con el cañón de una pistola que empuñaba.