La nieve había ido cediendo en los últimos días, y Winston, desde la puerta de la gruta que le servía de refugio hacía ya tres años, miraba con interés a las praderas que se extendían al pie de las montañas y en las que había ido presenciando la llegada de reses en verdaderas avalanchas y salpicándose de viviendas lo que antes era dominio del búfalo y teatro de correrías de los indios, que se hicieron amigos suyos. Alce Veloz, el jefe indio, te daba a veces sus pieles para que Winston se encargara de convertirlas en las cosas que eran necesarias a los de su tribu, tales como ropa y sal.
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La nieve había ido cediendo en los últimos días, y Winston, desde la puerta de la gruta que le servía de refugio hacía ya tres años, miraba con interés a las praderas que se extendían al pie de las montañas y en las que había ido presenciando la llegada de reses en verdaderas avalanchas y salpicándose de viviendas lo que antes era dominio del búfalo y teatro de correrías de los indios, que se hicieron amigos suyos. Alce Veloz, el jefe indio, te daba a veces sus pieles para que Winston se encargara de convertirlas en las cosas que eran necesarias a los de su tribu, tales como ropa y sal.