LOS domingos por la mañana, en los días que hacía sol y la temperatura era agradable, ante la iglesia y los dos «saloons» que había en la plaza, solían jugar a las herraduras los vaqueros que acudían al pueblo. Y se cruzaban apuestas sobre quiénes serían los ganadores. Apuestas que no pasaban de medio dólar con el que pagar la bebida. Gary Belting era el herrero que había en McCall, pueblo pequeño de Idaho en la línea ferroviaria entre Missoula y Boise. Pero no le hacían jugar nunca y eso que, a veces, se pasaba alguna hora viendo jugar. Y censuraba a los jugadores. Que no le hacían mucho caso.
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LOS domingos por la mañana, en los días que hacía sol y la temperatura era agradable, ante la iglesia y los dos «saloons» que había en la plaza, solían jugar a las herraduras los vaqueros que acudían al pueblo. Y se cruzaban apuestas sobre quiénes serían los ganadores. Apuestas que no pasaban de medio dólar con el que pagar la bebida. Gary Belting era el herrero que había en McCall, pueblo pequeño de Idaho en la línea ferroviaria entre Missoula y Boise. Pero no le hacían jugar nunca y eso que, a veces, se pasaba alguna hora viendo jugar. Y censuraba a los jugadores. Que no le hacían mucho caso.