El capitán, desde el puente, miraba al grupo. Y como había dicho una de ellas, corrieron la mayoría junto a la borda para echar de su cuerpo cuanto habían comido en varias semanas. Se dejaban caer sobre las escotillas de otras bodegas cubiertas con lona. Agradecían las salpicaduras de agua que llegaban a ellas al romper las olas sobre la amura del barco. Pero el cabeceo de proa a popa parecía que les dejaba el estómago pegado a la garganta. Era desesperado ese movimiento.
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El capitán, desde el puente, miraba al grupo. Y como había dicho una de ellas, corrieron la mayoría junto a la borda para echar de su cuerpo cuanto habían comido en varias semanas. Se dejaban caer sobre las escotillas de otras bodegas cubiertas con lona. Agradecían las salpicaduras de agua que llegaban a ellas al romper las olas sobre la amura del barco. Pero el cabeceo de proa a popa parecía que les dejaba el estómago pegado a la garganta. Era desesperado ese movimiento.