Loretta era la propietaria del Paraíso que estaba asombrada y bastante incrédula de lo que observaba día a día y noche a noche. Cada tarde, la concurrencia era mayor. Cada día era menor el número de sillas sin clientes. Se movía con naturalidad, indagando si se encontraban complacidos. Felicitaba a las empleadas por su forma de acompañar a bebedores para no sentirse aislados. Antes de la inauguración, había conversado con las empleadas y les decía que no era sencillo lo que les iba a pedir. Que se movieran entre el lodo sin marchar el vestido. Y añadía que podía conseguirse.
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Loretta era la propietaria del Paraíso que estaba asombrada y bastante incrédula de lo que observaba día a día y noche a noche. Cada tarde, la concurrencia era mayor. Cada día era menor el número de sillas sin clientes. Se movía con naturalidad, indagando si se encontraban complacidos. Felicitaba a las empleadas por su forma de acompañar a bebedores para no sentirse aislados. Antes de la inauguración, había conversado con las empleadas y les decía que no era sencillo lo que les iba a pedir. Que se movieran entre el lodo sin marchar el vestido. Y añadía que podía conseguirse.