Jane Handrick desde la puerta de la casa principal, de las varias viviendas que servían de domicilio a los vaqueros del extenso rancho, contemplaba al jinete que avanzaba hacia ella. Desde las otras viviendas, a unas cuarenta yardas de la principal, unos «cow-boys» miraban al jinete con displicencia. Hacía demasiado calor para salir de la protección de unos porches que les libraba de un sol abrasador.
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Jane Handrick desde la puerta de la casa principal, de las varias viviendas que servían de domicilio a los vaqueros del extenso rancho, contemplaba al jinete que avanzaba hacia ella. Desde las otras viviendas, a unas cuarenta yardas de la principal, unos «cow-boys» miraban al jinete con displicencia. Hacía demasiado calor para salir de la protección de unos porches que les libraba de un sol abrasador.