El condenado pisó el rostro de Colfax, con instinto homicida. Los huesos del tabique nasal crujieron todos. Y un potente grito de dolor escapó del pecho de Colfax. Éste tuvo la suerte de que su grito fuera escuchado, y enviaron dos guardianes. Al ver lo que estaba ocurriendo, hicieron uso de las armas, afirmando, más tarde, que lo habían hecho en defensa propia.
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El condenado pisó el rostro de Colfax, con instinto homicida. Los huesos del tabique nasal crujieron todos. Y un potente grito de dolor escapó del pecho de Colfax. Éste tuvo la suerte de que su grito fuera escuchado, y enviaron dos guardianes. Al ver lo que estaba ocurriendo, hicieron uso de las armas, afirmando, más tarde, que lo habían hecho en defensa propia.