Eran las 7,30 de la tarde del día 8 de diciembre de 1883. La única y larga calle de Bisbee, Arizona, se mostraba brillantemente iluminada por los faroles y los escaparates de las tiendas, que ya mostraban los regalos de las próximas Navidades. Gente de toda clase y condición deambulaba por las aceras, admirando escaparates. No hacía frío, porque los inviernos en Arizona son, realmente, una primavera benigna. Dos hombres se colocaron en la acera, justamente enfrente al almacén general de «Goldwater & Casteñeda», uno de los establecimientos más importantes de la población.
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Eran las 7,30 de la tarde del día 8 de diciembre de 1883. La única y larga calle de Bisbee, Arizona, se mostraba brillantemente iluminada por los faroles y los escaparates de las tiendas, que ya mostraban los regalos de las próximas Navidades. Gente de toda clase y condición deambulaba por las aceras, admirando escaparates. No hacía frío, porque los inviernos en Arizona son, realmente, una primavera benigna. Dos hombres se colocaron en la acera, justamente enfrente al almacén general de «Goldwater & Casteñeda», uno de los establecimientos más importantes de la población.