Después de marcar el último ternero, Víctor se limpió el sudor que corría por su frente. Abandonó el hierro de marcar junto al fuego y buscó la sombra de un sicomoro, cerca del arroyo, y se dejó caer completamente rendido. Era un hombre de buena figura, más bien delgado y, sin embargo, en sus antebrazos, al aire por tener la camisa remangada, se apreciaban fuertes y fibrosos músculos. Las sienes tenían la blancura que dan los años, aunque no parecía muy viejo. Si acaso, unos cuarenta años.
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Después de marcar el último ternero, Víctor se limpió el sudor que corría por su frente. Abandonó el hierro de marcar junto al fuego y buscó la sombra de un sicomoro, cerca del arroyo, y se dejó caer completamente rendido. Era un hombre de buena figura, más bien delgado y, sin embargo, en sus antebrazos, al aire por tener la camisa remangada, se apreciaban fuertes y fibrosos músculos. Las sienes tenían la blancura que dan los años, aunque no parecía muy viejo. Si acaso, unos cuarenta años.