HABIA pasado ya la sorpresa de los primeros días y el espectáculo se convirtió en rutina. Los curiosos eran menos cada domingo. Y los que se atrevían a jugar rarísimos. Pero cada domingo se repetían los gritos de los que retaban a los demás, con unos dólares en juego. Los jinetes que iban entrando en la plaza y desmontaban, sonreían y pasaban de largo para entrar en el «saloon» que se había convertido en el mentidero de la población. Las dos empleadas y la dueña, amén del barman, estaban informados de todos los problemas del extenso condado.
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HABIA pasado ya la sorpresa de los primeros días y el espectáculo se convirtió en rutina. Los curiosos eran menos cada domingo. Y los que se atrevían a jugar rarísimos. Pero cada domingo se repetían los gritos de los que retaban a los demás, con unos dólares en juego. Los jinetes que iban entrando en la plaza y desmontaban, sonreían y pasaban de largo para entrar en el «saloon» que se había convertido en el mentidero de la población. Las dos empleadas y la dueña, amén del barman, estaban informados de todos los problemas del extenso condado.