SALTANDO de risco en risco y por caminos de cabras, Esther tardaba escasos minutos de la montaña al valle. Y una vez en este, al meandro en que solía bañarse. Los cuatro enormes perrazos que eran sus compañeros inseparables retozaban entre ladridos junto a ella. Era la carrera que a diario daban los cinco. Incluso en el agua, los perros jugaban con ella.
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SALTANDO de risco en risco y por caminos de cabras, Esther tardaba escasos minutos de la montaña al valle. Y una vez en este, al meandro en que solía bañarse. Los cuatro enormes perrazos que eran sus compañeros inseparables retozaban entre ladridos junto a ella. Era la carrera que a diario daban los cinco. Incluso en el agua, los perros jugaban con ella.