El caballo, sin que el jinete mandara en él, iba en la dirección que se le antojaba, mientras que la cabeza del montado pendoleaba sobre el pecho reiteradamente. El terreno duro, sobre el que había caminado durante horas, iba cediendo para encontrar pastos y un piso más blando, que amortiguaba el caminar de la bestia. No tenía la menor idea de lo que había pasado. Iba inconsciente. La mano dura que antes había dirigido al animal había cesado horas atrás de ser la que guiara.