EL herrero sin dejar de golpear el hierro candente que tenía en el yunque, miró de reojo y sonreía. Jonás Cooper entraba en el taller y el rostro indicaba lo enfadado que estaba. —¡Deja de golpear, que me has visto entrar! —gritó el visitante. —No puedo dejar que se enfríe. ¿Qué quieres? Si se trata de tu caballo, ya ves que ahora estoy ocupado. Le traes más tarde.
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EL herrero sin dejar de golpear el hierro candente que tenía en el yunque, miró de reojo y sonreía. Jonás Cooper entraba en el taller y el rostro indicaba lo enfadado que estaba. —¡Deja de golpear, que me has visto entrar! —gritó el visitante. —No puedo dejar que se enfríe. ¿Qué quieres? Si se trata de tu caballo, ya ves que ahora estoy ocupado. Le traes más tarde.