JAMES Corliss entró decidido en uno de los locales de diversión de Yuma. Cuando después de abrirse paso entre la mucha clientela consiguió apoyarse en el mostrador, metió la mano en el bolsillo e hizo recuento de sus haberes. Una leve mueca, que quería ser una sonrisa, iluminó su rostro de ensimismado. Sus ahorros ascendían a treinta dólares con cincuenta centavos.
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JAMES Corliss entró decidido en uno de los locales de diversión de Yuma. Cuando después de abrirse paso entre la mucha clientela consiguió apoyarse en el mostrador, metió la mano en el bolsillo e hizo recuento de sus haberes. Una leve mueca, que quería ser una sonrisa, iluminó su rostro de ensimismado. Sus ahorros ascendían a treinta dólares con cincuenta centavos.