Una ola de fuego recorría ya la superficie de Calth. El mundo que una vez fuera la rutilante frontera del imperio de Ultramar, ahora se había convertido en un desierto sin fin. La ciudad de Numinus no era más que una cáscara habitada por cadáveres y sombras acechantes.
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Una ola de fuego recorría ya la superficie de Calth. El mundo que una vez fuera la rutilante frontera del imperio de Ultramar, ahora se había convertido en un desierto sin fin. La ciudad de Numinus no era más que una cáscara habitada por cadáveres y sombras acechantes.