Michael Lunger se acarició la barbilla, con expresión preocupada; después irguió la cabeza, cuyos cabellos eran grises. Sus ojillos, pequeños y escrutadores, brillaron con malignidad. —Esta noche Graham debe morir. Ya me ha causado demasiadas molestias. No estoy dispuesto a soportar ninguna más. —No se preocupe, señor Lunger —respondió Roger Fischer sonriendo abiertamente—. Su orden se cumplirá. Será un placer para mí. Ese polizonte se me ha atragantado. —Confío en ti, Fischer. —No le defraudaré. Nunca lo he hecho hasta ahora.
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Michael Lunger se acarició la barbilla, con expresión preocupada; después irguió la cabeza, cuyos cabellos eran grises. Sus ojillos, pequeños y escrutadores, brillaron con malignidad. —Esta noche Graham debe morir. Ya me ha causado demasiadas molestias. No estoy dispuesto a soportar ninguna más. —No se preocupe, señor Lunger —respondió Roger Fischer sonriendo abiertamente—. Su orden se cumplirá. Será un placer para mí. Ese polizonte se me ha atragantado. —Confío en ti, Fischer. —No le defraudaré. Nunca lo he hecho hasta ahora.