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Dave Marsh sé agitó inquieto en el sillón que le había ofrecido ceremoniosamente su jefe y dio una chupada al cigarrillo que había encendido momentos antes. No le gustaba tanta amabilidad; una de las características del inspector jefe Bruce era su animosidad, su genio siempre irritado. Aquella tranquilidad, la mirada bondadosa que notaba fija en su persona desde que cruzó el umbral de la puerta del despacho y sobre todo aquel prolongado silencio, no le hacían presagiar nada bueno. Entre las volutas de humo, tratando de ocultar en ellas su extrañeza, dirigió una mirada de soslayo a su superior. Este pareció comprender su estado de ánimo, porque sonrió afectuoso y murmuró: —Bien, bien… siempre me pareciste un hombre, afortunado, Dave…