Dicen que era un platillo volante. Realmente, nadie pondría las manos en el fuego en este sentido. Ni siquiera dio tiempo a disparar los «flash» periodísticos para conservar una fotografía de recuerdo. Ocurrió todo de forma cegadora y fulmínea. Un vértigo que duró solo lo justo para que Russ Caldwell, el granjero, lo viese llamear en el cielo, diera la voz de alarma y se armasen las ulteriores tremolinas de comentarios fantásticos. El tal Russ Caldwell poseía una pequeña granja de labor cerca de Deadwood, en South Dakota. Cuando vio la «llama» que cruzaba el cielo -así la designó en la comisaría- iba hacia la ciudad para renovar su provisión de semillas. Viajaba en un brincante «jeep» de tipo rural, a buena velocidad porque la carretera se hallaba desierta.
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Dicen que era un platillo volante. Realmente, nadie pondría las manos en el fuego en este sentido. Ni siquiera dio tiempo a disparar los «flash» periodísticos para conservar una fotografía de recuerdo. Ocurrió todo de forma cegadora y fulmínea. Un vértigo que duró solo lo justo para que Russ Caldwell, el granjero, lo viese llamear en el cielo, diera la voz de alarma y se armasen las ulteriores tremolinas de comentarios fantásticos. El tal Russ Caldwell poseía una pequeña granja de labor cerca de Deadwood, en South Dakota. Cuando vio la «llama» que cruzaba el cielo -así la designó en la comisaría- iba hacia la ciudad para renovar su provisión de semillas. Viajaba en un brincante «jeep» de tipo rural, a buena velocidad porque la carretera se hallaba desierta.