El bombardeo de la ciudad portuaria continuaba incesante. Los aviones japoneses llegaban en grandes bandadas para descargar su mensaje de muerte sobre los indefensos habitantes. Los rápidos Zeros no encontraban ya enemigos que les hicieran frente y sus pilotos podían dedicarse a ametrallar impunemente a todo lo que vieran que se movía en el suelo, en las calles o en los tejados de las casas. Las alas con el disco rojo del sol naciente se habían adueñado del cielo por completo. ¡El espacio aéreo era suyo!
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El bombardeo de la ciudad portuaria continuaba incesante. Los aviones japoneses llegaban en grandes bandadas para descargar su mensaje de muerte sobre los indefensos habitantes. Los rápidos Zeros no encontraban ya enemigos que les hicieran frente y sus pilotos podían dedicarse a ametrallar impunemente a todo lo que vieran que se movía en el suelo, en las calles o en los tejados de las casas. Las alas con el disco rojo del sol naciente se habían adueñado del cielo por completo. ¡El espacio aéreo era suyo!