El amanecer presagiaba un día caliginoso al tiempo que el siroco soplaba con fuerza creciente. Hasta la cabaña de piedra, de troncos y adobes, llegaba el polvo levantado por aquellas ráfagas. La puerta y las ventanas estaban cerradas y eso hacía que el interior oliese a humanidad sudorosa, como si los hombres allí reunidos no se hubieran lavado o cambiado de ropas en un mes. Fuera de la cabaña montaba guardia Mikis Pharandouri, con cuatro bombas de mano sujetas por el cinturón, las cananas cruzándole el pecho y el fusil ametrallador en las manos.
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El amanecer presagiaba un día caliginoso al tiempo que el siroco soplaba con fuerza creciente. Hasta la cabaña de piedra, de troncos y adobes, llegaba el polvo levantado por aquellas ráfagas. La puerta y las ventanas estaban cerradas y eso hacía que el interior oliese a humanidad sudorosa, como si los hombres allí reunidos no se hubieran lavado o cambiado de ropas en un mes. Fuera de la cabaña montaba guardia Mikis Pharandouri, con cuatro bombas de mano sujetas por el cinturón, las cananas cruzándole el pecho y el fusil ametrallador en las manos.