El gordo especulador estaba apoltronado en una cómoda butaca, fumándose un largo veguero que esparcía su aroma en las azules volutas de humo que subían formando caprichosos dibujos. El despacho era amplio. La biblioteca estaba atestada de libros. La mesa escritorio era de madera noble. Cerca del negociante una mesilla sobre la que había whisky y cigarros. El hombre se daba la gran vida, frecuentaba los restaurantes prohibidos para la gente común debido a sus precios, y alternaba con las aventureras más llamativas y caras de la ciudad de Atlanta. El tipo se llamaba Heymann. Era del Norte. Había seguido a las tropas yanquis en su avance victorioso suministrándoles mal whisky, peor tabaco y libros dañinos.
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El gordo especulador estaba apoltronado en una cómoda butaca, fumándose un largo veguero que esparcía su aroma en las azules volutas de humo que subían formando caprichosos dibujos. El despacho era amplio. La biblioteca estaba atestada de libros. La mesa escritorio era de madera noble. Cerca del negociante una mesilla sobre la que había whisky y cigarros. El hombre se daba la gran vida, frecuentaba los restaurantes prohibidos para la gente común debido a sus precios, y alternaba con las aventureras más llamativas y caras de la ciudad de Atlanta. El tipo se llamaba Heymann. Era del Norte. Había seguido a las tropas yanquis en su avance victorioso suministrándoles mal whisky, peor tabaco y libros dañinos.