En el atepelt reinaba el confusionismo. Guerreros, niños y mujeres mezclábanse, entre gritos de alborozo, rodeando varias cajas; unas largas, estrechas, y otras más pequeñas, que acababan de ser transportadas al campamento de las estribaciones de los montes Apataches por Flecha de Oro, el Gran Sakem, y un grupo de escogidos hombres rojos. Los que regresaban portando tan valiosa mercancía, llevaban en sus cinturas, junto a los tomahawk, sangrantes cabelleras que algunos, al penetrar en el poblado indígena, levantaron en sus manos como símbolo de victoria, de lucha.
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En el atepelt reinaba el confusionismo. Guerreros, niños y mujeres mezclábanse, entre gritos de alborozo, rodeando varias cajas; unas largas, estrechas, y otras más pequeñas, que acababan de ser transportadas al campamento de las estribaciones de los montes Apataches por Flecha de Oro, el Gran Sakem, y un grupo de escogidos hombres rojos. Los que regresaban portando tan valiosa mercancía, llevaban en sus cinturas, junto a los tomahawk, sangrantes cabelleras que algunos, al penetrar en el poblado indígena, levantaron en sus manos como símbolo de victoria, de lucha.