El sendero era áspero, empinado y tortuoso; el piso, duro e hiriente, y el desgastado calzado de Clement Astor acusaba su vejez al clavarse en sus agujereadas suelas las hirientes chinas del camino, cosa que obligaba a su dueño a renegar constantemente, pero desdeñando aquellos inconvenientes y molestias, Clement seguía ascendiendo con férrea voluntad y hasta se sentía dichoso de verse en aquel sendero de cabras, adentrándose en la repelencia del monte Putnam, que le brindaba de momento un asilo casi seguro, aunque esta seguridad momentánea contase con muchos y graves inconvenientes. Pero gozaba de una inestimable ventaja: la de hallarse libre y dueño de su persona después
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El sendero era áspero, empinado y tortuoso; el piso, duro e hiriente, y el desgastado calzado de Clement Astor acusaba su vejez al clavarse en sus agujereadas suelas las hirientes chinas del camino, cosa que obligaba a su dueño a renegar constantemente, pero desdeñando aquellos inconvenientes y molestias, Clement seguía ascendiendo con férrea voluntad y hasta se sentía dichoso de verse en aquel sendero de cabras, adentrándose en la repelencia del monte Putnam, que le brindaba de momento un asilo casi seguro, aunque esta seguridad momentánea contase con muchos y graves inconvenientes. Pero gozaba de una inestimable ventaja: la de hallarse libre y dueño de su persona después