HENDRIK Fefray detuvo su jadeante y sudoroso caballo elo n la loma de la colina que acababa de coronar y volviendo su turbia mirada hacia el sur, trató de abarcar el paisaje hasta mucho más allá de donde sus agudos ojos podían atalayar el horizonte. Era un ansia vehemente de ver, siquiera por última vez, el lugar que acababa de dejar a su espalda, sin esperanzas de poder volver a él sin peligro de ser apresado y quién sabía si colgado de la rama de un árbol.
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HENDRIK Fefray detuvo su jadeante y sudoroso caballo elo n la loma de la colina que acababa de coronar y volviendo su turbia mirada hacia el sur, trató de abarcar el paisaje hasta mucho más allá de donde sus agudos ojos podían atalayar el horizonte. Era un ansia vehemente de ver, siquiera por última vez, el lugar que acababa de dejar a su espalda, sin esperanzas de poder volver a él sin peligro de ser apresado y quién sabía si colgado de la rama de un árbol.