Los faros de dos coches rasgaron un momento, con dificultad, la densa niebla que envolvía la londinense Sloane Avenue, para detenerse en la esquina de Fulham Road. Del interior del primero, un magnífico «Packard», no se apeó nadie. Su único ocupante, una encantadora rubia de grandes y bellos ojos, verde claro, se arrebujó en su abrigo de visón y miró con inquietud los cinco negros bultos que, bajando del otro automóvil, cruzaban la amplia calzada de Fulham Road.
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Los faros de dos coches rasgaron un momento, con dificultad, la densa niebla que envolvía la londinense Sloane Avenue, para detenerse en la esquina de Fulham Road. Del interior del primero, un magnífico «Packard», no se apeó nadie. Su único ocupante, una encantadora rubia de grandes y bellos ojos, verde claro, se arrebujó en su abrigo de visón y miró con inquietud los cinco negros bultos que, bajando del otro automóvil, cruzaban la amplia calzada de Fulham Road.