El profesor Erving levantó la vista de la mesa de trabajo y, distraídamente, se quedó mirando el ir y venir del grotesco pájaro. Un momento después reanudó sus complicados cálculos. Aquella noche estaba contento. Por fin, y tras arduos y laboriosos experimentos en la Universidad de Columbia, cuya cátedra de Física nuclear ostentaba, y en su propio laboratorio, había conseguido su sueño dorado: aplicar la energía atómica, por desintegración en cadena de deutones, como fuente de propulsión de los proyectiles-cohete dirigidos por radio.
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El profesor Erving levantó la vista de la mesa de trabajo y, distraídamente, se quedó mirando el ir y venir del grotesco pájaro. Un momento después reanudó sus complicados cálculos. Aquella noche estaba contento. Por fin, y tras arduos y laboriosos experimentos en la Universidad de Columbia, cuya cátedra de Física nuclear ostentaba, y en su propio laboratorio, había conseguido su sueño dorado: aplicar la energía atómica, por desintegración en cadena de deutones, como fuente de propulsión de los proyectiles-cohete dirigidos por radio.