JAMES PECK tomó con marcada indiferencia el telegrama que acababa de entregarle el botones del Hotel Continental de Roma, dando una propina al muchacho, que desapareció, cerrando la puerta tras de sí. La indiferencia dejó paso a la ansiedad en el moreno y simpático rostro del americano, cuando leyó el matasellos de Washington. Abrió el telegrama. Estaba en clave y a simple vista se trataba de la felicitación de un amigo que le mandaba recuerdos de otro residente en Salzburgo.
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JAMES PECK tomó con marcada indiferencia el telegrama que acababa de entregarle el botones del Hotel Continental de Roma, dando una propina al muchacho, que desapareció, cerrando la puerta tras de sí. La indiferencia dejó paso a la ansiedad en el moreno y simpático rostro del americano, cuando leyó el matasellos de Washington. Abrió el telegrama. Estaba en clave y a simple vista se trataba de la felicitación de un amigo que le mandaba recuerdos de otro residente en Salzburgo.